Solía decir el gran filósofo Eurípidez que nadie es feliz durante toda su vida, ante aquella constante de sus alumnos de quejarse de la poca duración de los momentos felices. Y cierto que si reflexionamos sobre la existencia, nos veremos confrontados con dicha realidad, la felicidad suele ser corta y marchar siempre rápidamente alternándose en períodos de calma o tristeza, no hay nada que se pueda hacer, más que asumirlo y seguir adelante.
El fin de nuestra existencia es alcanzar esa felicidad que anhelamos, trabajamos en ese sentido, nos esforzamos y hacemos nuestros mejores intentos, nos trazamos sueños que prometen llevarnos a un estado de felicidad y pues solemos mantenernos tras ella. Pero como no es algo que esté siempre y totalmente bajo nuestro control nos sentimos defraudados y no comprendemos cuando a la misma suceden temporadas de pesar, de desilusión y toda clase de situaciones que nos hacen sentirnos infelices.
Lo mejor de asumir que la felicidad no dura para siempre, es tener en cuenta que cuando la tenemos, debemos vivir la experiencia al máximo, no atormentarnos en pensar que puede durar poco o mucho, porque lo que cuenta realmente es vivir esos instantes, días, meses, años, momentos o lo que sea en que podemos sentirnos satisfechos de la vida y las cosas, las personas que nos rodean, nuestros logros o cualquier aspecto en que encontramos al fin la felicidad.
A partir de este asumir el hecho de que las ocasiones son temporales, como el dolor afortunadamente también lo es, debemos centrarnos en pensar que aunque la felicidad nos abandone siempre podremos trabajar en el sentido de sentirnos cómodos con nuestra existencia y que también a los días grises suceden luminosos días, además y sobretodo que la felicidad no es algo que deba devenir de grandes cosas o momentos, podemos encontrar felicidad en pequeñas cosas…en pequeños instantes…
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