Todos, en algún momento de nuestra vida, nos hemos sentido nerviosos, tristes, asustados, sin ganas de hacer nada… Normalmente se trata de situaciones transitorias resultado de problemas cotidianos que se producen en el día a día normal. Pero, ¿cuándo tenemos que preocuparnos? ¿Pueden ser indicativas de que algo más grave está ocurriendo?
Cuando la tristeza, la irritabilidad, la ansiedad o los problemas para dormir se mantienen durante varias semanas seguidas pueden ser una señal de que nuestro cuerpo y nuestra mente no están pudiendo adaptarse adecuadamente al entorno.
El identificar una causa que pudiera estar provocando la situación de malestar nos puede ayudar a entender porqué está pasando, y a “justificarlo” hasta cierto punto. Eso sí, si nuestra respuesta es desproporcionada a la causa o se prolonga excesivamente en el tiempo puede ser momento de pedir ayuda.
Así pues, muchos estados de ánimo son solo eso: un estado y no significan nada más. Sin embargo, cerrarse ante las evidencias tampoco es bueno. En algunas ocasiones estos estados de ánimo no son naturales. No responden a ninguna situación real que estemos viviendo o claramente nuestra reacción termina siendo desproporcionada en comparación con lo sucedido.
Establezcamos una norma: Si el malestar aparece sin desencadenante previo (o si es desproporcionado a éste), se prolonga excesivamente en el tiempo y repercute sobre la actividad habitual de la persona es recomendable una valoración por un profesional de la salud mental.
No hay que llevarse las manos a la cabeza si esto ocurre, acudir a un psiquiatra suena mal, cuando no estamos familiarizados con lo que eso significa. Pero en ocasiones es necesario y resultará mucho más conveniente para nosotros haber sido diagnosticados que vivir un infierno personal al que poco remedio podemos poner. Un profesional sabrá indicarnos si necesitamos tratamiento o sencillamente dejar pasar el tiempo. Así que ante cambios bruscos en el estado de animo, estemos atentos a los detalles.